*Narra
Niall*
El
pelo de (tu nombre) olía a
lluvia con un toque de manzana. Me encanta.
-Es
muy buen enfermero, señor Horan –. dijo ella con ese tono tan
dulce en la voz.
-Y
usted muy buena paciente, señorita Misterio.
Recordé
que el día anterior no pude completar mi propósito en Dublín.
Desde el día en que (tu nombre)
me dejó... estuve dándole vueltas al asunto. Y ahora me he dado
cuenta de que estoy completamente seguro.
Quiero
pedirle que se case conmigo. Pero no sé de qué manera. Le dije que
tenía que esperar hasta Nochebuena; osea, que la fecha ya la tengo
fijada. El problema es el escenario y todo ese rollo. Pretendo que
sea inolvidable, para ambos.
El
caso es que, mi tarea en Dublín era ir a comprarle un anillo. Y
debido a los acontecimientos no me dio tiempo. Así que idearé
alguna manera para volver allí y poder comprárselo.
Volví
a poner la cabeza sobre la Tierra y me di cuenta de que mi pequeña
irlandesa se había quedado dormida sobre mi regazo. Era tan..
vulnerable cuando dormía. La amaba por encima de todo.
Decidí
llevarla a su cuarto y así lo hice. La tomé en mis brazos y al
llegar a la habitación la tumbé sobre su cama. Me quedé
observándola anonadado por su belleza, natural, adorable, cálida.
*Narras
tú*
Cuando
alcé la vista, había abierto los ojos y me miraba. Una rápida
sonrisa curvó las comisuras de sus labios sin mácula.
-Hola,
cariño. ¿Cómo has dormido? – preguntó con despreocupación.
-Muy...
bien... – fruncí el ceño intentando sonsacarle cuánto tiempo
llevaba así.
Su
sonrisa se hizo más amplia y sus dientes refulgieron al sol.
Poco
a poco, me acerqué más y extendí toda la mano para trazar los
contornos de su antebrazo con las yemas de los dedos. Contemplé el
temblor de mis dedos y supe que el detalle no le pasaría
desapercibido.
-¿Te
molesta? – pregunté, ya que había cerrado los ojos.
-No
–respondió sin abrirlos –, no te puedes imaginar como se siente
eso.
Suspiró.
Cerré
los labios y los volví a abrir. Le cogí de la barbilla y le acerqué
más a mí, de modo que nuestras respiraciones chocaban la una contra
la otra. Mis ojos iban de sus ojos a sus labios y al contrario.
Entonces
sus fríos labios presionaron muy suavemente los míos.
Para
lo que ninguno de los dos estaba preparado era para mi respuesta.
La
sangre me hervía bajo la piel quemándome los labios. Mi respiración
se convirtió en un violento jadeo. Aferré su pelo con los dedos,
atrayéndolo hacia mí, con los labios entreabiertos para respirar su
aliento embriagador. Sus manos gentilmente pero con fuerza, apartaron
mi cara. Abrí los ojos nuevamente y vi su expresión excitada y
pasional.
-¡Huy!
– musité.
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