10.13.2013

CAPÍTULO 48


Tal y como le dije a Maura, me dirigí al salón.

Al llegar a dicha habitación, vi que Harry estaba tumbado en un enorme sofá.
Cuando estuve lo bastante cerca de él, le di un delicado beso en la frente, y en el momento en el que lo hice, me di cuenta de que estaba ardiendo.
-Harry... ¿Te encuentras bien? - pregunté arrodillándome en el suelo a los pies del sofá.
-N... No, no pasa nada –. su voz sonaba ronca (más de lo normal).
Sinceramente, no sonaba muy “creíble” que digamos.
-Espera un momento.
A penas pasaron 2 minutos y ya estaba de vuelta, pero ahora traía conmigo un termómetro.
Volví a la misma posición en la que me encontraba antes.
-Ven, Harry –. le acerqué un poco hacia mí y se lo di.
Él frunció el ceño y puso una cara de “¿Cómo? ¿Qué quieres que haga con esto?”
“¿Es muy difícil de entender?”; pensé.
-No me digas que nunca – resalté esa palabra – te has tomado la temperatura, Harry.
-¿Pero dónde me lo pongo? – preguntó, y unos segundos después, comprendí a “qué” se refería.
Se dio cuenta de que ya lo había pillado y entonces, soltó una risita.
-Por favor, Harry. No me hagas esto. Solo quiero ayudarte – . ¿Qué pretendía, a ver?
-Bueno, está bien –. rechistó – ¿Te importa si te pido que no estés mirándome? Aunque a mí no me molesta, es por ti, nada más.
Me pareció una buena idea, ya que no estaba en condiciones de ver nada más.

Pasaron unos 3 minutos y Harry dijo, por fin:
-Esto ya está, (tu nombre).
Seguidamente, me di la vuelta y me entregó el termómetro.
Cuando miré los pequeños números de color rojo que formaban una fina línea a lo largo del pequeño objeto; vi que marcaba 38ºC y mi gesto fue inmediato.
-¿Qué ocurre? – preguntó mi (ahora resfriado) amigo con voz preocupada (y ronca).
-¡Harry, tienes 38 de fiebre! ¡Ahora mismo te vas a la cama y no te mueves de allí, ¿entendido?!
-Bueno, bueno. Está bien. Pero...
-¡Pero nada!

Le ayudé a reincorporarse y subimos tranquilamente las escaleras hasta su habitación.
-Vamos, a la cama. Ya! – le ordené. (Lo sé, suena un poco mal)
-(Tu nombre), tus frases son un poco... provocadoras, ¿Sabes? – musitó con una sonrisa torcida.
-Assssh, ¿qué voy a hacer contigo, Harry? – dije, ahora estresada.
-Para, por favor, (tu nombre). Te haré caso, pero no digas nada más. Aunque esté enfermo, sigo siendo el mismo, así que ten cuidado con lo que dices a un chico como este en un sito como este.
Me di la vuelta ya rendida, y comencé a prepararle la cama para que se acostase allí.

Cuando terminé le dije:
-¿Quieres que te traiga algo? ¿Tienes hambre? ¿Estás molesto?
-No, muchas gracias. Por ahora estoy perfecto –. respondió con una dulce aunque débil sonrisa.
-Bueno, pues si me disculpas voy a bajar a cenar. Si necesitas lo que sea, ya sabes donde encontrarme.
Me despedí de Harry y mientras bajaba (muy despacio) las escaleras, escuché una voz que hizo que me sobresaltase. Era él.
De repente, mi ritmo aceleró y en menos de 2 segundos me encontraba en el salón.

*Narra Niall*
Básicamente, fui a Dublín para comprarle a (tu nombre) el anillo.
Ya se estaba haciendo tarde y el trayecto no era corto, así que decidí volver a casa.
Cuando lo hice, vi que mi madre estaba preparando la cena, pero no había rastro ni de Harry ni de mi querida (tu nombre).
-(Tu nombre) hizo exactamente lo mismo que tú acabas de hacer al entrar esta tarde a casa –. dijo mi madre observándome con una dulce sonrisa desde la cocina.
-¿A qué te refieres, mamá? – pregunté.
-Sólo al traspasar el umbral de la puerta estudió con la mirada cada centímetro de la casa, buscándote entusiasmada y con unas ganas locas de verte, ¿sabes? Y cuando le dije que te habías ido... su mirada se entristeció un poco –. hizo una pausa – Es muy fácil de saber lo que piensa solo con mirarle a los ojos –. otra de sus sonrisas se dibujó en su rostro mientras me pareció que estaba recordando el rostro que tenía cuando (tu nombre) volvió esta tarde.
-¿De veras? – La verdad es que me parecía una cosa muy... especial, muy dulce; el que tengamos tantas cosas en común –. Tiene unos ojos preciosos.
-Tenéis unos ojos preciosos –. me corrigió.
-Bueno, ¿dónde está? ¡Quiero abrazarla y no soltarla en todo lo que queda de noche! – dije entusiasmado.


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